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El ritmo de la esencia femenina


Cuando tenemos mucho que hacer o creemos que tenemos que arreglar, resolver o hacer algo, lo normal es hacer más. Avanzar más rápido. Completar nuestra lista de tareas pendientes de forma rápida y eficiente. Hemos sido condicionados a funcionar de una forma que nos impulsa hacia adelante en un impulso incesante de “necesidad de hacer las cosas”. A un ritmo artificial y demandado por el mundo externo.

Nos vemos arrastrados a una norma cultural de funcionalidad por sobre belleza, de hacer por sobre ser, de estar ocupado por sobre descansar, de crecimiento lineal por sobre ritmos naturales.

Sin embargo, una mujer con un núcleo femenino a menudo descubre que este enfoque de realización externa termina por agotar y disminuir su fuerza vital.

Puede comenzar como una sensación sutil de que algo no está bien. Una corriente subyacente de estrés que nunca parece disiparse.

Puede aparecer como postergación, evasión o lo que parece autosabotaje.

Puede parecerse a agotamiento, desconexión o una sensación de no ser suficiente.

Estas señales son invitaciones para adentrarse al yo más profundo, reavivar la naturaleza femenina y vuelva a alinear su vida con los verdaderos ritmos de su alma.

Sin embargo, lo que suele ocurrir es que la mujer se adentra en esta exploración a través de la necesidad de arreglar algo en ella misma.

Se le enseña a buscar formas de “averiguar” por qué no puede seguir el ritmo de la vida, y a menudo se ve atraída por el desarrollo personal y la espiritualidad que entrega soluciones rápidas, lo que solo sirve para agregar aún más cosas a su lista de tareas pendientes para ser un alguien eficiente y productivo.

En lugar de deshacerse de la prisa del mundo y darse permiso para bajar el ritmo, inadvertidamente agrega más cosas a su plato.

Se acumula más cosas que debe hacer, alejándose más del tejido interior de su alma y resignándose a “enfrentarse” a la vida.

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En el mundo moderno, hay mucha presión externalizada para hacer las cosas rápidamente. Para ver nuestras vidas como una serie de cosas que debemos “lograr”. En un mundo obsesionado con trabajar más, más ajetreo, más ruido.

Al vivir desde esta perspectiva, se nos enseña implacablemente a comprometer el alma femenina. A menudo, cuando una mujer busca satisfacer su naturaleza femenina natural, todavía hay una sutil sensación de “puedo ser mi yo femenino, pero solo si puedo lograrlo dentro de los plazos y las formas lineales de nuestro mundo orientado a lo masculino”.

Lo que significa que, como mujeres, a menudo intentamos suavizarnos para adaptarnos a nuestro ritmo femenino, pero aún estamos siendo dictadas inconscientemente por el ritmo externo del mundo.

La feminidad a menudo se percibe como débil, pero hay una profunda fortaleza en la feminidad orgánica. Porque requiere que una mujer se mantenga dedicada a sus ritmos naturales, a su verdadero desarrollo, a su camino infundido por Dios, en lugar de apegarse a las expectativas del mundo externo.

La feminidad tiene su propio ritmo, que no puede ser forzado a seguir plazos artificiales que se le han impuesto.

Para alinearse con este camino, una mujer no puede obligar al mundo a cambiar.

En cambio, para que una mujer nutra su esencia femenina, necesita aceptar que las cosas no se parezcan a lo que los demás esperan de ella. Necesita valorar sus procesos internos y su desarrollo interior, más que la validación, el reconocimiento o la respuesta del mundo externo.

Una forma de ser que valora la verdad, la naturalidad y la relación de la vida, por encima de las expectativas artificiales y egoístas que nos han enseñado a alcanzar. Una forma de vivir con menos estrés, menos urgencia, menos apego, menos ruido.

Este cambio es clave, pero no es algo que se pueda forzar, de la forma en que generalmente nos enseñan a cambiar las cosas en nuestras vidas. Si no que es algo que ocurre orgánicamente, cuanto más se dedica una mujer a vivir desde su verdadera feminidad, ritmo y naturaleza.